jueves, 9 de febrero de 2017

¡Exigimos o nos acostumbramos!



Ésta es la verdadera polarización que existe actualmente en Venezuela. El debate personal y silencioso que lleva por dentro cada venezolano que se pregunta diariamente ¿hasta dónde pretenden llegar?, ¿adónde iremos a parar?, ¿qué vamos a hacer? Parecieran preguntas sin respuestas, sin alternativas, sin solución, acertijos que penetran cada día en nuestra conciencia y en nuestro estómago.
Se viven momentos de confusión y de desconcierto político, producto, por un lado, de un proceso revolucionario caracterizado por el populismo exacerbado como práctica pública fundamental, especie de aberración democrática partidista que ha generado una de las más devastadoras debacles económicas acompañada de la perversa ruptura del hilo, del orden constitucional nacional y vergonzosa violación de derechos fundamentales que ejecuta con descaro la oficialidad, y por el otro, de la carencia de una estrategia política de oposición coherente que responda a las expectativas de quienes se negaron a aceptar el modelo que desde hace diecisiete años se instauró en nuestro país y de los que asumiéndolo se sienten profundamente decepcionados de sus resultados. Hemos sido actores y espectadores al mismo tiempo de la desarticulación del rol fundamental de todos los poderes del Estado venezolano, de la inoperancia de las diferentes instituciones, de su subordinación no al mandato legal, sino a la direccionalidad política de turno que busca su permanencia a costa del riesgo general y el colapso total mientras insiste en sus historietas, vulgares cómics sobre el saboteo de un fulano imperio al que ataca, cuestiona, pero que mantiene como el mejor comprador.
Profunda preocupación genera que esa práctica degradante de sometimiento, nos invade hasta lo más profundo, mediante el empleo de retóricas persuasivas de falso bienestar que nos han ido conduciendo además a una crisis de representación que debemos atender, sobre todo cuando observamos cómo los ciudadanos poco a poco se distancian de sus dirigentes y van perdiendo interés en el ejercicio de la política gracias a esa suerte de permanente ensayo en la búsqueda de una fórmula mágica que nos saque del atolladero donde nos metieron y nos dejamos meter, mientras el sistema avanza en su esfuerzo por hacernos creer que solo ellos que ejercen el poder pueden atendernos y en consecuencia los necesitas para poder acceder a alguna forma de bienestar. De allí que sea no solo necesario sino urgente sacarnos de encima, sacudirnos la macabra victimización y el mito de la conspiración como propaganda política para pasar a una acción verdadera y menos discursiva. Cambiemos las preguntas y hagámonos otras, ¿realmente las llamadas tarjetas de misiones socialistas o ahora el llamado Carnet de la Patria saciarán las necesidades de un pueblo hambriento?, ¿por qué se decretan estas medidas? 
Lo peor es que pareciera que comenzamos a creer que es así como nos acostumbraremos a vivir porque no tenemos alternativa cuando la verdad está en nuestra capacidad de exigir, lo que no significa guarimbear y mucho menos claudicar. Exigir es defender nuestro derecho a tener la vida, el estado, el municipio, la ciudad, el país que queremos y merecemos, el que conquistamos y nos estamos dejando arrebatar. La situación no es nada alentadora, al contrario, se pone peor ante la posibilidad de un estallido social, se siente, se palpa, pero se retarda haciendo que el estado de ánimo de cada venezolano sea reflejo vivo de rabia y desesperación. Acostumbrarnos no debe ser la solución, de allí que resulta alarmante que en medio de este drama la ceguera de algunos y su desespero electoral los hagan olvidar dónde está la prioridad ciudadana, permitiendo con ello a un régimen tambaleante y tuerto, que gana tiempo y se siente rey, continuar con la falacia de querer salvar la patria.

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