jueves, 6 de enero de 2011

Historia mil veces contada.

Historia mil veces repetida.

Venezuela desde hace mucho tiempo se ha convertido en un país de recurrencia endémica y cíclica, es impresionante como nos hemos ido acostumbrando a situaciones irregulares pero que para nosotros se ha convertido en rutinas prácticamente normales de nuestra vida diaria, a pesar de que si nos preguntan, todos estamos de acuerdo en que no debería ser así, sin embargo, con pasmosa tranquilidad nos acordamos de Santa Barbará solo cuando arrecian las tempestades y empiezan las carreras y el frenesí de las emergencias, desnudando de manera brutal lo vulnerable de la existencia en una tierra donde la incapacidad, la desidia y la corrupción ha logrado colocarse por encima de todos y muy pocos pelean y luchan de verdad para intentar cambiar el presente y convertirlo en un buen futuro.
Nuevamente un periodo prolongado de lluvias han generado inundaciones, muertes y pérdidas materiales en diversas zonas del país, se han movilizado las cuadrillas de defensa civil y equipos para ayudar a los afectados, unos en la búsqueda de tener cuatro paredes donde estar, construyeron de manera irresponsable en zonas de alto riesgo frente a la mirada complaciente de unas autoridades cuyo deber primario es precisamente atender adecuadamente las necesidades de la gente y otros, quienes ven como constantemente tienen que sufrir las consecuencias de una gestión oficial que hace mucho rato se olvido de ellos, y es que actualmente lo importante no somos los venezolanos, a quienes solo se le escucha cuando se avecina un proceso electoral y eso de a ratitos, lo que parece ser la prioridad de el régimen y sus mujiquitas es la pelea política y la manía de meternos en una guerra permanente de dimes y diretes que en nada contribuyen a resolver de manera definitiva y seria los problemas de puentes, casas, canales y cerros que literalmente se vienen abajo frente a nuestros ojos.
Lo he dicho en varias oportunidades no hay derecho a que sigamos padeciendo de tantas calamidades, y para colmo la actitud sea la de una resignación total, la de esperar que dé el cielo nos caiga un especie de milagro y seamos felices, que va esa no existe, es el reclamo justo y pacifico el camino para ir recomponiendo con firmeza este desastre de los últimos doce años.
Pintar unos brocales y sembrar unas matas me parece una buena idea, pero convertir el puerto de Puerto Cabello en el motor de un desarrollo sustentable del municipio es la tarea de cualquier gobernante que de verdad, y no de pantomima, quiera elevar la calidad de vida de los porteños construyendo soluciones habitacionales de envergadura, generando proyectos de economías alternativas que incentiven el turismo integral, serio y adaptado a las fortalezas y limitantes que tengamos, procurando la mejora total de la vialidad que nos comunica con el resto del país en carreteras y autopistas decentes, brindando seguridad completa sin mafias ni medias tintas, garantizando unos servicios públicos de electricidad, agua y aseo urbano profesionales, constantes y de alta calidad, pero sobre todo dejar la mentira y la pose a un lado para poder trabajar con todos sin exclusiones de ningún tipo por el bien común, en fin se requiere honestidad y voluntad para que la historia no vuelva a repetirse.

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