domingo, 25 de enero de 2015

6 de Diciembre de 1998

Exactamente 16 años desde que Hugo Chávez ganó las elecciones, un teniente coronel retirado y unos de los líderes del fallido golpe de estado contra el presidente constitucional de Venezuela en febrero de 1992, incluso nunca ocultaron su intención de un real magnicidio contra quien ocupaba legítimamente el poder; sin embargo, luego de permanecer en prisión con todos sus derechos respetados, salió en plena libertad y comenzó la desgracia de este país.
No existe ningún indicador medianamente decente donde no salgamos mal parados, líderes en corrupción, en muertes a manos de una monstruosa delincuencia, en peores países para invertir, en fuga de talentos, en un sitio al que le entra lo suficiente para mantener a la mitad de los pueblos de América Latina adecuadamente y que solo muestra gigantescas colas fruto de la escasez y el desabastecimiento, en fin, una nación que con los multimillonarios ingresos que ha obtenido, debería ser la tacita de oro de una muy buena parte del mundo, no es cuento, nos quebró la revolución.
¡Ah!, pero algunos salen con sus sesudos análisis a decirnos que tranquilos, el problema es delicado, pero no mortal, ¡qué impresionante!, son unos sinvergüenzas que en lo absoluto padecen la realidad de esta patria que se desangra por los cuatro costados, claro, a lo sumo habrán tenido que hacer una colita para comprar un champú o una harina, pero en su vida han vivido en carne propia, durante la duración de este proceso, la cercanía de la verdadera miseria, esa que permanentemente toca las puertas de quienes, en cada vez mayor número, pasan a formar parte de pobreza crítica.
Las agencias oficiales se llenan de números que solo ellos se creen, tergiversan y manipulan las cifras para seguir el temita, hablan de los millones de toneladas de tal y cual cosa, de los trillones de litros de lo que sea distribuidos a diestra y siniestra, de las gigantescas cantidades de cemento que han vaciado en infinitas casas, de los chorros de asfalto desperdigados por todo el territorio, pero resulta que la gente apenas sobrevive, que de chiripa come más o menos, que de vaina algunos nos salvamos de un virus mortal, que las únicas casas que crecen son las de nuestros viejos hacia arriba como edificios eternos y que lo único que equipara al desastroso estado de nuestras calles y carreteras son los huecos lunares, prometieron el cielo y las estrellas y al final queda una espeluznante olla vacía.
Claro, el hombre en aquella oportunidad logró atraer el cansancio con la venganza, lo malo es que esta última siempre fue la que determinó el carácter del gobierno, para nada importaba lo poco o mucho logrado, lo transcendental era destruir todo a su paso, nunca se trató de construir, de innovar, de buscar alternativas positivas, siempre fue el pase de factura, el procurar fantasías mesiánicas de un resentimiento que se convirtió en la única fuerza que motorizó a la nación y déjenme decirles que bajo su propio odio, nada, en serio, nada puede tener alguna esperanza de éxito.
Por cierto, del otro lado existía una propuesta radicalmente diferente, con errores en su pasado, como todo, pero comprobadamente efectiva en una Venezuela centralizada, con una gestión innegable y una manera de ejercer la gestión de gobierno basada fundamentalmente en el respeto ciudadano y una profunda visión futurista, no caló, no pudo Henrique Salas Römer inyectar a la mayoría su entusiasmo por un país donde triunfara la alegría, triunfó el desquite, por encima de la posibilidad de un país que se encaminara por senderos de desarrollo, estabilidad y unidad.
¡Qué cosas!, ¿no?, estamos de nuevo en esa encrucijada. ¿Habremos aprendido algo?, casi una generación se ha perdido ya y mucho daño sigue generándose hoy, ojalá hayamos cambiado.

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