viernes, 27 de febrero de 2015

¿Y el de a pie?

La cosa no es nada fácil; en Venezuela, así como en el resto del mundo, todos, todos sin excepción, los políticos hablamos en nombre del pueblo ; usted no ha visto a nadie diciendo: yo hablo por mí , ¡no, qué va!, tirios y troyanos por igual se abrogan la representación y conocimiento de lo que piensa el pueblo llano, versan en nombre de él y actúan en su nombre por, según, su propio beneficio.
Incluso la cuestión se ha extendido mucho más allá, analistas, sociólogos, psicólogos, gurús de mercadeo, religiosos, pastores, vendedores y un largo etcétera rebasan las listas de quienes hablan en nombre del sencillo, del de a pie, del que estorba la gran mayoría de las veces, pero es imprescindible cuando se acercan elecciones; claro, algunos pocos actúan con sinceridad real, lamentablemente esa moneda cada día es más escasa y lo que abundan son falsos e hipócritas mercaderes.
Y no es fácil realmente conocer a fondo lo que piensa ese pueblo que padece en carne propia lo bueno y lo malo de los gobiernos de turno, no existe una sola forma de pensamiento en todos esos grupos sociales; es más, hasta dentro de un mismo sector suele haber profundas divergencias sobre lo que ciertamente sucede hoy en nuestro país, una mezcla de manipulación, miedo e ignorancia se mezcla con fuertes dosis de envidia, revanchismo y pase de factura, ingredientes explosivos de cocteles que en el fondo ningún gobierno ni oposición responsable debiera estar incentivando.
Claro, cuando se calman las aguas de una inadecuada polarización, los de a pie se dan cuenta de que son demasiadas las cosas que los unen y poquísimas las que les marcan diferencias importantes, porque de la forma que sea, tienen que sobrevivir y convivir en el mismo barrio, en la misma zona, compartir a diario el jeep o la buseta, el terror del atraco o la muerte, la desesperación por la comida, el drama de no tener trabajo, latigazos de una crisis, que aunque suene redundante decirlo, los golpea a ellos mucho más que a alguien de la clase media; las opciones para los de abajo son muy pocas, el círculo parece cerrarse frente a sus ojos.
Ahora, ¿qué piensa el de a pie realmente?, aquí no voy a intentar dármelas de lo que ya yo critique, particularmente no tengo ni idea, le pongo un ejemplo, en Puerto Cabello existen comunidades, no de 10 ni de 20 personas, que pasan hasta 3 semanas sin agua; ¿usted, mi querida amiga, se imagina lo que eso genera en una casa, rancho o lo que sea?; sin embargo, son muy pocas las manifestaciones legítimas que se dan por eso, ¿la gente se conformó?, ¿tiene miedo de protestar por sus derechos?
Fíjense en otra cosa, la escasez de productos básicos, que no necesito decirles cómo anda, con Mercal o sin él, las cosas no se consiguen y las pocas súper caras, la mayoría de los de a pie ganan salarios mínimos y a lo sumo una de las ayuditas del gobierno para paliar la crisis, ¿usted se ha preguntado cómo hacen para comer?, ¿qué come la mayoría de los venezolanos?, acertó, la gordura de este pueblo llano no proviene precisamente de la ingesta de toneladas de carne, ni de leche, ni de pollo, ni de pescado, viene de una dieta profundamente dominada por arroz, pasta como monte, guisos por sacos, arepa y pan, carbohidratos a millón aderezados de vez en cuando con las proteínas que se puedan conseguir y comprar.
Así las cosas, la generalidad de los venezolanos viven a la expectativa de los acontecimientos de su propio país, salen a diario a tratar de trabajar y ver qué llevan para la casa algunos, otros intentan rebuscarse y hacer algo para poder conseguir comida, unos deben estudiar esperando a ver qué pasa y varios simplemente se entregaron, pero todos, les aseguro, van pensando en algo y no es precisamente lo que dicen los que hablan por ellos.

jueves, 19 de febrero de 2015

La Esperanza.

Confieso que mis últimos artículos han estado bastante sombríos; claro, no fueron hechos de esa forma simplemente porque sí, es el ambiente nacional lo que nos lleva a muchos a tener demasiadas expectativas negativas sobre la situación que vivimos los venezolanos, lamentablemente no se ve respuesta positiva por parte de quienes detentan el poder, solo violencia, amenazas y más de la misma medicina que tanto daño nos ha hecho todos estos años.
La esperanza es algo bueno, definitivamente tener sueños por un presente y un mejor porvenir nos inyecta fuerzas que nos hacen falta para seguir emprendiendo nuestras luchas diarias; necesitamos, quienes vivimos en esta tierra, poder mirar con algún optimismo el horizonte, tener objetivos alentadores, lograr iniciar procesos de cambios en cada uno de nosotros y es que la vida misma se compone de un equilibrio entre lo bueno y lo malo; no todo puede ser color de rosas, pero tampoco todo puede ser un desastre siempre, necesario es tener algo bueno para poder seguir hacia adelante.
Pero cuidado, la esperanza no puede estar sustentada en simplemente un deseo, debe estar íntimamente ligada a nuestras decisiones diarias, lógico que en un país normal, con un sistema político moderno, respetuoso de las instituciones y del ciudadano común, esta esperanza está basada en la misma naturaleza que da el sistema, para producir procesos de cambios cuando las cosas no están funcionando correctamente, son mecanismos que se activan y que se generan por estar dentro de una democracia que garantiza esa posibilidad; en otras palabras, se sienten los ciudadanos seguros de poder cambiar, dentro de sus leyes, aquello que no está funcionando y que requiere de ser renovado simplemente porque no sirvió, tan sencillo como eso, son los resortes institucionales funcionando a favor de sus propios pueblos.
Democracia participativa de verdad, dirían algunos, respeto al ciudadano dirían otros, lo cierto es que en los países donde existe real separación de poderes, donde se respeta la proporcionalidad de las minorías y donde los mecanismos que estén establecidos dentro de la Constitución se activen, sin que eso signifique ni nada extraordinario, ni que nadie quiere dar golpes de estado o subvertir el orden, simplemente se gobierna pensando en aquella máxima de las democracias modernas: gobernar procurando la máxima felicidad de los pueblos.
En la Venezuela actual, desgraciadamente lo anterior es simplemente letra muerta, a pesar de tener un marco legal que contempla mecanismos para corregir cuando las cosas no están funcionando, un manejo del poder de manera abusiva impide a cualquier ciudadano buscar cambios tal como lo establece nuestra Constitución, a cualquiera que ose intentar hacerlo se le viene encima todo el peso del gobierno, se persigue, se manipula y finalmente se trata de liquidar política y moralmente a la disidencia.
Un poder ciego y sordo que nos ha llevado por peligrosos y sinuosos caminos, su afán de mantenerse gobernando solo es comparable con el gigantesco daño que le sigue haciendo a la sociedad en su conjunto, amenazas cumplidas han hecho de este régimen una triste caricatura de lo que debe ser un gobierno que se erigió en defensor de los más pobres y que cada día genera mayor pobreza, solo en sus cúpulas de cristal parecen estar las cosas de maravilla; del resto, de lo normal, del país, de lo cotidiano, es una constante lucha por tratar de sobrevivir por lo menos un día más.
De tal forma que la esperanza ahora depende es de nosotros, de nuestra actitud, de la forma como abordemos lo que queremos para nosotros mismos y nuestros afectos; los sueños requieren de hechos tangibles para poder realizarse, se necesita soñar y actuar para que se puedan cumplir.

viernes, 13 de febrero de 2015

Blanco y Negro.

Nadie asume, parecemos una especie de goleta sin rumbo fijo, sin timonel, con una tripulación en ascuas, a merced de lo que vayan determinando los vientos, las tempestades o lo que nos aguarde más adelante.
Desde que arrancó el año salimos con mal pie, una alocada y apresurada gira llevó a quien ocupa la primera magistratura del país a un periplo con la intención de obtener respaldo financiero frente a la abrupta caída del precio del petróleo; sin embargo, a muchos les parecían más bien unas vacaciones familiares, sin agenda, sin nada firme y fruto de una impresionante irresponsabilidad; nos fueron cerrando las puertas una por una, peor, me imagino que si alguna duda tenían estos socios comerciales de cómo se maneja la economía nacional, éstas quedaron totalmente aclaradas.
Está el régimen preso de sus propias contradicciones, ante el innegable fracaso de un modelo anacrónico y obsoleto, muchos se desmarcan de las políticas actuales, desde los disidentes de Marea Socialista hasta el llamado monje; no han cesado en sus críticas, claro, echan el cuento a su conveniencia, nadie es tan pendejo como para ponerse la soga a su propio pescuezo, dice textualmente Giordani: “La verdad ya somos casi el hazmerreír de América Latina. Si la situación está mal, si el termómetro te dice 40, hay quienes dicen que el problema es que el termómetro no sirve. Si te da 40 es porque mide 40...”.
Pero fíjense en que inclusive fue mucho más allá, dijo claramente que en Venezuela no existe un solo centro de poder y que hay una “lucha entre múltiples centros de poder, no se toman decisiones, entonces afloró esa enfermedad y mira, estamos a las puertas del fascismo”; recordemos que quien dijo esto no es precisamente un segundón en este proceso de 16 años, de ahí la importancia de mirar con mucha cautela estas palabras.
Vivimos una etapa de marcada incertidumbre y de peligrosa inanición. Se anuncia que se van a hacer importantes anuncios, se encadena una y otra vez para anunciar que pronto se dirán los planes para rectificar el rumbo, se va de allá para acá y de acá para allá, y al final, la nada, citas grandilocuentes, desgarraduras de vestiduras frente a los imperialistas, gritos de nacionalismo, vuelven a expropiar, pero no se enfrenta la escasez, las colas, el desabastecimiento; en fin, no se asume la crisis, su responsabilidad y las salidas necesarias.
Por ejemplo, escribo estas notas a pocas horas de haber anunciado el gobierno el “nuevo sistema cambiario”, reiteradamente quedan en el ambiente más dudas que respuestas, no hay una política integral para afrontar la situación, los diferentes centros de poder que nos gobiernan no se ponen de acuerdo para asumir esto como un todo, asistimos a una larguísima ópera cuyo final hasta ahora nadie puede predecir.
Lo que ciertamente sí está ahí como aguas cristalinas es que no podemos continuar de esta manera, el rumbo de la nación debe ser retomado, nada es más peligroso que simplemente dejar que las distintas fuerzas sociales, políticas o económicas actúen por sus propios intereses, alguna sindéresis debe quedar en el gobierno central, cuando tú colocas una sociedad a debatirse entre el blanco o el negro y no le das opciones de matices o válvulas de escape, simplemente sucede lo inevitable; despeñarse a discutir cuándo llegará ese momento, aparte de fútil, nos distrae del asunto central, la crisis es real, no es inventada ni corresponde a ninguna guerra económica, este modelo fracasó, tan sencillo como eso.
Siempre he manifestado mi apego a las leyes y a la constitución, soy firmemente un demócrata convencido, por eso nunca estaré del lado de la fuerza, de los gorilas, pero no se debe seguir jugando con fuego; éste no se sabe ni cuándo se prende, ni cuándo se apaga. Amén.

martes, 10 de febrero de 2015

Lectura necesaria: Seguir cavando por Américo Martín.

Tanto hablar de conspiraciones, magnicidios y toda esa jerigonza incomprensible que asalta la lógica y la razón, han contaminado de tal manera el hacer político del régimen que sus salidas parecen bloqueadas a piedra y lodo. Hechos y cifras hablan de la inviabilidad del modelo y del naufragio de las medidas que a un costo muy elevado han logrado la hazaña de arruinar un país insumergible como lo era Venezuela. Las consecuencias de un saldo tan pernicioso, tan doloroso e inmerecido como el que estamos padeciendo, deberían animar procesos de cambio, diálogo y acercamiento. El caso es que sin que nadie, aquí o en el planeta, pueda entenderlo, en Venezuela el poder reacciona frente al fracaso repitiendo y agravando sus errores. Los golpes, los disparates fallidos no le enseñan nada.
Alguna vez he citado una frase del pragmatismo de Bill Clinton, inserta en sus valiosas memorias. “Mi Vida”, las tituló.
En política –dejó caer- cuando estás en un agujero, la primera regla es dejar de cavar.
Tomaba Clinton el caso de Vietnam. Mientras más insalvable la situación bélica, más insistían en escalarla, sin comprender que la potencia más grande no siempre podía imponerse por las armas razón por la cual no necesariamente es válido el apotegma de que retroceder sea la evidencia de la derrota.
Es lo que ocurre en una escala más doméstica con la sedicente revolución bolivariana. Su persistencia en el error, no importa la destrucción del país y el serio menoscabo del bloque de poder que lo descarrila, es una forma de locura. Sería una demencia irrisoria si su sino no fuera trágico. La cúpula, que en forma tan desafortunada intenta gobernar, obedece a esa lógica ilógica, a esa razón desquiciada. A Maduro se le viene encima un tsunami pero en lugar de rectificar, sigue cavando. Ante la inexorable acumulación de fracasos, su reacción es lamentablemente pueril. En lugar, cuando menos, de oír a quienes disienten de su conducción, los escarnece vilmente, sin dejar por fuera ni a los arriesgados que lo hacen en su propio partido.
El hombre conspira contra sí mismo. No puede ni sabe salir del pantano donde se hunde hasta la barbilla, mientras en nuestro país y el mundo –incluidos en ambos casos sus aliados más cercanos- se expande a velocidad de vértigo el aislamiento de su gobierno. Obviamente, se ha puesto sobre la mesa el cambio democrático, pacífico, sin venganzas estériles y en el marco de la Constitución.
¿Quién puede ser el responsable de las inhumanas y humillantes colas sino el gobierno de la escasez y la imparable inflación? ¿Cómo impedir, de cara al profundo deterioro social, que la gente proteste en la calle, su escenario posible y habitual?
Basta visitar cualquier abasto o supermercado para comprender que el presidente Maduro, el diputado Cabello y demás voceros oficiales cercenan el derecho a manifestar en forma pacífica al culpar a quienes lo ejercen de esconder proyectos golpistas y magnicidas. Pretextos descabellados para acallar protestas protegidas expresamente por la Constitución y por eso mismo no creíbles en parte alguna.
En semejante cuadro, emocional diría, aparece la Resolución dictada por el ministro de la defensa, general Padrino. Como todo lo relacionado con las actuaciones de este alto oficial, su texto normativo pretende ser equidistante.
Lo están descontextualizando, asegura Padrino. Es una obra hermosísima y profundamente humana, remata. Pero a nadie le queda duda acerca de la índole monstruosa de la resolución 008610, más que por su contenido explícito, por lo que puede desencadenar si no es congelado, derogado, rectificado o reformado sustancialmente.
Quizá Padrino crea en las virtudes de ese puñado de normas que tan directamente violan la Constitución y los acuerdos mundiales sobre derechos humanos, pero forzosamente sería un pastor de nubes si de verdad cree lo que dice, cosa que bien podemos dudar
El general invoca dos precedentes.
Primero, las protestas del 19 de febrero del año pasado que en su opinión “no fueron pacíficas” por su elevado saldo de muertos y heridos, juicio que le ha servido al gobierno para culpar a las víctimas y no a los victimarios.
Segundo, el precedente del Caracazo que condena a los militares (claro, a los de la cuarta) aunque matiza al afirmar que actuaron así por la “imprudencia” de los políticos del gobierno de CAP.
De esa manera el general reparte las responsabilidades. Una para las protestas civiles, otra para la respuesta militar. Pero sus salomónicas opiniones chocan contra la crudeza de la Resolución, Habla, sí, de “graduar” la respuesta represiva según la intensidad de las manifestaciones. Se usarán armas de fuego cuando del otro lado la violencia lo autorice.
Pero el ministro olvida que la Fuerza Armada no está para reprimir protestas civiles, mucho menos disparando armas de fuego. Es una práctica rechazada en el mundo, y por eso no podrá esperar que sea aceptada aquí o allá. Es difícil de entender que no se perciba la médula de la Resolución: ¿quién decide en medio del desarrollo ciego de los acontecimientos cuándo apretar el gatillo?
Pongamos la obra en escena:
Los soldados aplican peinillazos, los manifestantes no se amedrentan. Enardecidos, aquellos se confían a las lacrimógenas pero, entre necesidad y rabia, los bravos luchadores no cejan; muchos insultan. Nerviosos, varios soldados de armas empuñadas, recuerdan que tienen licencia para matar. De ahí a disparar hay un suspiro.
¿Exagero? No lo sé, pero usted, general, recordará el viejo aforismo: en la duda, favorecer al débil, al inspirado manifestante de la larga lucha por la vigencia de los Derechos Humanos.

jueves, 5 de febrero de 2015

Los heraldos negros.

Tiempos de angustias vivimos los venezolanos, no hay un día en que estemos a salvo de una crisis sin fin que parece ser eterna, la cierta fama de tomarnos todo a jodedera pareciera darnos espacio para mantener la cordura; sin embargo, también funciona como dardo tranquilizante a nuestros dramas cotidianos.
Aquí no vale ya en lo absoluto la división de rojos y los demás; salvo fanáticos, ignorantes y enchufados, todos padecemos de una manera u otra forma los embates de una terrible inanición de un gobierno que no termina de dar señales de entender, comprender y, en consecuencia, actuar para rectificar el camino que llevamos.
Un complejo cuadro de penas económicas y financieras, aderezado con una brutal delincuencia que se ha hecho absoluta y totalmente dueña de nuestros destinos, requiere de verdaderas decisiones que logren generar estabilidad y tranquilidad a la sociedad venezolana; continuar sordos, ciegos y cínicos ante tamaña situación solo seguirá agravando y profundizando este monumental trance.
“Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma. ¡Yo no sé!”.
El daño moral y ético que nos aqueja supera por mucho a la ya delicada condición económica, no solo nos hemos convertido en una especie de mendigos del Estado, es que igualmente hemos ido poco a poco superando nuestra capacidad de asombro y de acción frente al desmoronamiento colectivo de nuestra propia identidad como ciudadanos; el abuso diario de motorizados, taxistas, camioneros o cualquiera que ande sobre un vehículo por las calles es tan solo el reflejo de algo mucho más hondo.
No solo se ha quebrado el pacto social que existía, sino que ha sido sustituido por la venganza, el revanchismo y una enfermiza envidia, hemos puesto pata para arriba nuestros valores como sociedad.
A casi tres millones de personas llega la burocracia en Venezuela, estoy convencido de que debe ser un récord mundial la cantidad de ministerios, vicepresidencias y cuanto organismo y “estados mayores” que han empujado con fuerza a que seamos uno de los países más corruptos del mundo, hemos superado con creces el ponme donde hay, ahora es menester ver cómo algunos vecinos nuestros, hasta ayer poseedores de muy pocos bienes materiales, hoy se pavonean con tremendos lujos, es esa poca y nueva casta de ricos, de los innumerables guisos y alcabalas que se han impuesto en Venezuela.
Desde los pequeños gestores de trámites sencillos hasta los más encumbrados pimentones, unos verdes y otros no, que han hecho gigantescas fortunas a costillas del resto de nosotros, han sido criados dentro de esta manera de entender la formación de esa entelequia que llaman el hombre nuevo, surgidos prácticamente de la nada, han levantado emporios, que ahora les dan ese aire de empresarios nacionalistas que realmente no poseen y es que definitivamente el discurso populista y la manipulación mediática del régimen han sido uno de los escasos éxitos que puede esta mal llamada revolución exhibir; socialismo y comunas para los pendejos, riqueza y fortuna para los próceres de la patria.
Y es que la historia, esa incómoda y para unos fastidiosa piedrita que nos recuerda cómo han sido las cosas en tiempos anteriores, estrella en la cara el estrepitoso fracaso de todo eso que llaman marxismo, leninismo, minestrones ideológicos y demás yerbas, sencillo.
Termino estas líneas antes de quedarme sin palabras, con mi cita final del poeta peruano César Vallejo:
“Y el hombre. Pobre. ¡Pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes. ¡Yo no sé!”.