jueves, 5 de febrero de 2015

Los heraldos negros.

Tiempos de angustias vivimos los venezolanos, no hay un día en que estemos a salvo de una crisis sin fin que parece ser eterna, la cierta fama de tomarnos todo a jodedera pareciera darnos espacio para mantener la cordura; sin embargo, también funciona como dardo tranquilizante a nuestros dramas cotidianos.
Aquí no vale ya en lo absoluto la división de rojos y los demás; salvo fanáticos, ignorantes y enchufados, todos padecemos de una manera u otra forma los embates de una terrible inanición de un gobierno que no termina de dar señales de entender, comprender y, en consecuencia, actuar para rectificar el camino que llevamos.
Un complejo cuadro de penas económicas y financieras, aderezado con una brutal delincuencia que se ha hecho absoluta y totalmente dueña de nuestros destinos, requiere de verdaderas decisiones que logren generar estabilidad y tranquilidad a la sociedad venezolana; continuar sordos, ciegos y cínicos ante tamaña situación solo seguirá agravando y profundizando este monumental trance.
“Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma. ¡Yo no sé!”.
El daño moral y ético que nos aqueja supera por mucho a la ya delicada condición económica, no solo nos hemos convertido en una especie de mendigos del Estado, es que igualmente hemos ido poco a poco superando nuestra capacidad de asombro y de acción frente al desmoronamiento colectivo de nuestra propia identidad como ciudadanos; el abuso diario de motorizados, taxistas, camioneros o cualquiera que ande sobre un vehículo por las calles es tan solo el reflejo de algo mucho más hondo.
No solo se ha quebrado el pacto social que existía, sino que ha sido sustituido por la venganza, el revanchismo y una enfermiza envidia, hemos puesto pata para arriba nuestros valores como sociedad.
A casi tres millones de personas llega la burocracia en Venezuela, estoy convencido de que debe ser un récord mundial la cantidad de ministerios, vicepresidencias y cuanto organismo y “estados mayores” que han empujado con fuerza a que seamos uno de los países más corruptos del mundo, hemos superado con creces el ponme donde hay, ahora es menester ver cómo algunos vecinos nuestros, hasta ayer poseedores de muy pocos bienes materiales, hoy se pavonean con tremendos lujos, es esa poca y nueva casta de ricos, de los innumerables guisos y alcabalas que se han impuesto en Venezuela.
Desde los pequeños gestores de trámites sencillos hasta los más encumbrados pimentones, unos verdes y otros no, que han hecho gigantescas fortunas a costillas del resto de nosotros, han sido criados dentro de esta manera de entender la formación de esa entelequia que llaman el hombre nuevo, surgidos prácticamente de la nada, han levantado emporios, que ahora les dan ese aire de empresarios nacionalistas que realmente no poseen y es que definitivamente el discurso populista y la manipulación mediática del régimen han sido uno de los escasos éxitos que puede esta mal llamada revolución exhibir; socialismo y comunas para los pendejos, riqueza y fortuna para los próceres de la patria.
Y es que la historia, esa incómoda y para unos fastidiosa piedrita que nos recuerda cómo han sido las cosas en tiempos anteriores, estrella en la cara el estrepitoso fracaso de todo eso que llaman marxismo, leninismo, minestrones ideológicos y demás yerbas, sencillo.
Termino estas líneas antes de quedarme sin palabras, con mi cita final del poeta peruano César Vallejo:
“Y el hombre. Pobre. ¡Pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes. ¡Yo no sé!”.

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