viernes, 25 de julio de 2014

Días sin sol.

Eduardo Sánchez
No me refiero a que esté lloviendo, ni siquiera nublado, es que hay días donde todo parece perdido y mire que no soy de los que lloran, siempre trato de vender los pañuelos.
Ayer me escribió una desocupada lectora, me hablaba de que le gustaban algunos, no todos, de mis artículos; sin embargo, al final reflexionando me escribía: "okey, buen análisis, ¿pero a dónde vamos?, ¿cuándo termina?, ¿cómo hacemos?".
Sentí el peso de 15 años de desastre rojo, pero también de mezquinos intereses de algunos que se llaman defensores de la democracia, la cruda realidad.
Confieso que no tengo la más remota idea de cómo va a terminar todo este drama nuestro, jamás me ha gustado dármelas de pitoniso, mucho menos de sabelotodo, la cosa es demasiado seria para seguir insistiendo en temas y agendas personales.
Nadie tiene ni la fuerza, ni la razón absoluta para producir un cambio real, tangible, verdadero por sí solo, aquí no queda espacio para continuar calculando en la hoja de papel, se nos va la vida y seguimos con el mismo tema.
Basta ya de seguir tratando de sacar conejos de un sombrero, la memoria de Geraldín, Génesis y Bassil exige que saquemos y desnudemos de una vez por todas a los mercaderes y avancemos sin tapujos.
Quienes están tras las rejas, por simplemente luchar por nuestros derechos, bien valen un esfuerzo honesto y sincero, existen suficientes reservas morales en bastantes compatriotas para poder vencer a estos señores de la cobardía.
Tampoco me chupo el dedo, lo he dicho en varias oportunidades, nada fácil va a hacer iniciar un proceso de cambios en nuestro país, el profundo daño moral y cívico es muy superior al cataclismo económico y político.
Cuando dije que habían roto el pacto social y sustituido por la revancha y la anarquía, también me refería a que debemos establecer nuevas bases para consolidar un nuevo y necesario tejido en todos los niveles de la sociedad venezolana.
No basta con soñarlo, hay que construirlo y para eso hay que lucharlo, cada quien en su trinchera, cada quien desde su óptica, pero definitivamente teniendo claro el principal objetivo, levantar una colectividad suficientemente fuerte para iniciar el camino hacia un país de reales oportunidades para todos.
Hoy no tengo fuerzas en mis pensamientos; sin embargo, sé que existe renovada pujanza en la juventud, para poder torcer el destino que quiere imponernos este adefesio comunal. Todas y cada una de las cifras verdaderas hablan por sí solas de lo que a diario viven los venezolanos, las colas permanentes y ahora controladas, son la muestra palpable y visual de que nada de lo que decimos son inventos, la inmensa mayoría no tiene escapatoria alguna al drama de las muertes que enlutan y se llevan fundamentalmente a la gente joven de esta tierra, nada es virtual, todo es crudamente verídico.
Por eso muchos todavía nos preguntamos: ¿hasta cuándo?, peor, ¿y después?
Tiempos turbulentos gobernados por gente sin ningún tipo de sensatez, se les han impuesto el cinismo, el caradurismo y la hipocresía como marca de fábrica, viven de la manipulación y la desfachatez para ejercer la función pública, se perdieron toda muestra de sinceridad.
No existen entonces recetas mágicas, no hay palabras de consuelo para quienes les fueron arrebatados los sueños, nadie puede devolver la sonrisa del hijo, del hermano, del padre que se nos fue, los tiempos son duros y confusos, pero no hay sálvese quien pueda, todos estamos dentro.
No hay de otra, debemos empinarnos en nuestros errores, en nuestros fracasos y procurar sacar lo mejor de cada uno, para que después, quizás ya no estemos por estas rutas, es hora de las decisiones y de las actuaciones.
Eso sí, sin estridencias, sin falsas promesas, con la verdad en la frente y con la fuerza del coraje.

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